En septiembre de 1821 se desarrolló la asamblea constitutiva; que tuvo entre sus periódicos más importantes El Eco de Padilla (al parecer su...

En septiembre de 1821 se desarrolló la asamblea constitutiva; que tuvo entre sus periódicos más importantes El Eco de Padilla (al parecer subvencionado como intoxicación por el agente absolutista francés y masón del rito sofisiano François de Caze para desacreditar con su extremismo la revolución) y, sobre todo, El Zurriago de Félix Mejía y Benigo Morales, y La Tercerola, dirigida en un primer momento por el coronel Atanasio Lescura y en un segundo por Félix Mejía, además de otros periódicos que más o menos imitaban y seguían a estos modelos en Madrid y provincias.

Entre sus fundadores estuvieron liberales exaltados de diverso origen: juristas como Juan Romero Alpuente y Álvaro Flórez Estrada, también economista; periodistas como Félix Mejía; militares como Rafael del Riego y José María Torrijos o el bibliógrafo y erudito Bartolomé José Gallardo.

La estructura de la Sociedad se repartía en logias llamadas "torres"; la estimación más conservadora de sus miembros se cifra en unos diez mil, la más exagerada en cuarenta o sesenta mil. Cada torre agrupaba entre cuarenta y ochenta miembros, de los cuales sólo unos pocos eran verdaderamente activos. Su carácter elevadamente informal causó que pronto fuera socavada por todo tipo de infiltrados. Uno de los más poderosos, que incluso asistió a su nacimiento, fue José Manuel del Regato, espía del propio rey Fernando VII. Por otra parte, se permitió, o se toleró, que sus miembros pudieran pertenecer a otras sociedades. Además, el carácter abierto, popular y participativo de la sociedad, en la que incluso pudieron entrar algunas mujeres, hizo que los comuneros guardaran muy mal sus secretos, que fueron pronto divulgados en todo tipo de escritos e impresos; la Masonería, sin embargo, nada democrática, jerárquica, sólo se abría a la nobleza o a la alta burguesía y exigía cuotas mensuales; los comuneros no y estaban abiertos a la baja burguesía, a los estudiantes, a los guerrilleros reconvertidos en militares de extracción popular que habían luchado contra los franceses en la Guerra de la Independencia (como Francisco Abad Moreno, "Chaleco"), al clero bajo, a los menestrales y al pueblo en general.



Se hicieron intentos de congraciar Masonería y Comunería: el más famoso lo contó en sus Memorias Antonio Alcalá Galiano, y fue infructuoso, con lo que la Masonería, aliada a los liberales moderados, atacó a la Comunería y pretendió desacreditarla.

A principios de 1823 la división entre los liberales en masones moderados, comuneros no revolucionarios o Comuneros Constitucionales acaudillada por Juan Palarea, y comuneros revolucionarios o carbonarios (agrupados en la Sociedad Landaburiana bajo el nombre de Comuneros Españoles) ya se había consolidado; burlándose de ellos los absolutistas, que llamaban a los primeros calzados y a los segundos descalzos, como si fueran de la orden religiosa carmelitana; la división se reveló funesta y debilitó al estado liberal con la invasión de los Cien mil hijos de San Luis. Tras la victoria de los franceses (llamados por el rey), hubo un proceso nacional de "purificación" en el que los comuneros fueron identificados, perseguidos y condenados a confinamiento, a cárcel o a muerte.

Ya en la emigración o exilio europeo, los restos de la sociedad comunera escindida se agrupó en "círculos comuneros", de los cuales los más importantes fueron los de Gibraltar y Londres. Muchos participaron en las intentonas de invasión insurreccional de la Década Ominosa, por ejemplo en la Expedición de los Coloraos a Almería, que concluyó con el fusilamiento de los mismos, o la de Tarifa, igualmente fracasada. La sociedad comunera que llegó a sobrevivir más fue la Constitucional, que tuvo algo que ver en los brotes anticlericales de 1834 y 1835 y sus matanzas de frailes. Este activismo liberal provocó como reflejo en la sociedad absolutista la creación de una similar sociedad secreta, El Ángel Exterminador.